UNIDAD 9. ARGUMENTANDO SOBRE EL MUNDO ISLÁMICO.


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Patio de los leones. Alhambra de Granada. La Alhambra fue palacio, ciudadela y fortaleza, residencia de los sultanes nazaríes y de los altos funcionarios, servidores de la corte y de soldados de élite; alcanza su esplendor en la segunda mitad del siglo XIV, coincidiendo con los sultanatos de Yusuf I (1333-1354) y el segundo reinado de Muhammad V (1362-1391).
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CONTENIDOS:

1.    Mahoma y el islam
1.1.    El islam

Islam quiere decir sumisión a Dios. El Islam es una religión monoteísta que surgió en el pueblo árabe. Su creador fue Mahoma y a sus seguidores se les llamó musulmanes.

Surgió en la península Arábiga, situada en el Próximo Oriente. Es una zona desértica que estaba habitada por los árabes. Eran nómadas, vivían fundamentalmente del pastoreo, y estaban organizados en tribus. Sólo en las zonas más ricas eran sedentarios y se ocupaban de la agricultura y del comercio, ya que esta zona era un paso obligado para las caravanas que comerciaban con Oriente.

Antes de que surgiera el islam, las tribus de la península arábiga, eran politeístas y solían peregrinar a la Meca, ya que en esta ciudad se encontraba la Kaaba, una reliquia que consideraban sagrada.
 
La península Arábiga y el Próximo Oriente en la Edad Media.
1.2.    Mahoma

Mahoma  (Abu l-Qasim Muhammad ibn ‘Abd Allāh al-Hashimi al-Qurashi) fue el fundador del islamismo, es considerado por sus fieles un profeta y un líder político . Nació en La Meca en el año 570, en una familia pobre de la tribu de Quraysh, acontecimiento que los musulmanes celebran con la fiesta del Mawlud. Cuando quedó huérfano a los seis años de edad  fue educado por su abuelo Abd al-Muttalib durante unos pocos años y después se fue a vivir con su tío Abú Talib, al que acompañó en sus viajes de comercio.



Trabajo de mercader a las órdenes de una viuda rica llamada Jadicha con la que a los 25 años se casó. Jadicha le dio una hija, Fátima, además de una posición social más desahogada como un comerciante respetado en la ciudad.

Conoció muy superficialmente las dos grandes religiones monoteístas de su época a través de las pequeñas comunidades cristiana y judía que habitaban en La Meca y quizá también por sus viajes de negocios. No rechazaba estas religiones, pero dijo que había sido enviado por Alá para perfeccionarlas.

De acuerdo con el Corán y las narraciones, Mahoma era analfabeto (ummi), hecho que la tradición musulmana considera una prueba que autentifica al Corán (Al-Qur’ān, القران), libro sagrado de los musulmanes, como portador de la verdad revelada. Esta visión perturbó a Mahoma, pero su esposa Jadiya le aseguró que se trataba de una visión real y se convirtió en su primera discípula, siendo sus primeros seguidores su entorno más cercano que creyeron en sus visiones.

Con cuarenta años Mahoma comenzó a retirarse al desierto y a permanecer días enteros en una cueva del monte Hira, en donde se dice que recibió la revelación de su dios -Alá-, que le hablaba a través del arcángel Gabriel y le comunicaba el secreto de la verdadera fe. 



Animado por su mujer Jadicha, comenzó a predicar en su ciudad natal, presentándose como continuador de los grandes profetas monoteístas anteriores: Abraham, Moisés y Jesús. Por entonces Mahoma se limitaba a predicar la vuelta a la religión de Abraham. Mahoma consiguió sus primeros adeptos entre la gente más pobre, al tiempo que se enemistaba con los ricos. Cuando sus seguidores se hicieron numerosos, las autoridades empezaron a verle como una amenaza contra el orden establecido. Se le acusó de impostor y comenzaron las persecuciones. Una parte de sus seguidores huyeron a Abisinia, en donde recibieron la protección del negus cristiano. Pero las amenazas a la seguridad de Mahoma llegaron hasta tal punto que, después de la muerte de su mujer Jadicha y de su tío Abú Talib en el 619, decidió huir a Medina el 16 de julio del año 622. Se considera el momento de esa huida (la Hégira) como fecha fundacional de la era islámica.

En Medina, Mahoma tomó contacto con la comunidad judía, que le rechazó por su errónea interpretación de las Escrituras Sagradas de estos. Comprendió entonces que su predicación no conducía a la religión de Abraham, sino que constituía "una nueva fe" o religión. Es entonces cuando se produce el cambio de la orientación de la oración a La Meca (antes se hacía Jerusalén). Combinando la persuasión con la fuerza, Mahoma se fue rodeando de seguidores, que empezaron a practicar las razias (asaltos) contra caravanas y poblaciones del entorno como medio de vida. Estas escaramuzas, elevadas a la categoría de batallas por la historia oficial, fueron descubriendo a los musulmanes la «guerra santa», el uso de la fuerza para someter y convertir a los infieles que se utilizaría más adelante

En Medina, Mahoma se convirtió en un jefe no sólo religioso, sino también político y militar. Los enfrentamientos entre Medina y La Meca culminaron con la conquista de esta última ciudad por los mahometanos en el 632. El santuario de la Kaaba, piedra negra venerada en La Meca, fue inmediatamente consagrado a Alá. Poco antes de morir, Mahoma realizó una peregrinación de Medina a La Meca, que ha servido de modelo para este rito que todo musulmán debe realizar una vez en su vida.

En los dos últimos años de la vida de Mahoma el Islam se extendió al resto de Arabia. Al morir Mahoma sin heredero varón, estallaron las disputas por la sucesión, que recayó en el yerno del profeta, Abú Bakr, convertido así en el primer califa o sucesor.

2.    La expansión del islam.

A la muerte de Mahoma el Islam estaba expandido por toda Arabia. Pero a la muerte de su fundador, se extendió con extraordinaria rapidez por buena parte del Oriente cristiano y el norte de África, desde Suez al Atlántico. 


Entre los años 634 y 642 atacaron el Imperio bizantino, arrebatándole Palestina, Siria, Mesopotamia y Egipto, y, también Sicilia y el sur de Italia. Constantinopla soportó grandes asedios hasta que la presión musulmana cedió en el siglo IX debido a la decadencia del califato.

En el año 661, la dinastía omeya, clan de la tribu a la que pertenecía Mahoma, alcanzó el poder. Conquistó todo el norte de África y la península Ibérica hacia occidente, mientras que por el este ocuparon las tierras de los actuales países de Irán, Afganistán y zona del valle el Indo (Pakistán).

En el año 711 los musulmanes cruzaron el estrecho de Gibraltar y, tras una fulgurante campaña, conquistaron buena parte de la Hispania visigoda. En Francia, Carlos Martel los detuvo en la batalla de Poitiers (732), el punto de más profunda penetración de los musulmanes en el occidente de Europa. En Hispania estuvieron durante ocho siglos.


En el año 750 una nueva dinastía, la abasí, se hizo con el control del califato. En este momento, se inicia un periodo de gran desarrollo económico y cultural gracias al control y dominio de las rutas comerciales entre Oriente y Occidente (ruta de la seda). Se establece la capital en Bagdad. El islam continuo con su expansión, adentrándose en las tierras del interior de África, las mesetas y planicies asiáticas e incluso llegando a China, donde en la ciudad de Xian (punto de partida de la ruta de la seda) se estableció una importante comunidad musulmana.

La decadencia del imperio abasí se producirá con las invasiones de turcos y mongoles procedentes de Asia Central, en el siglo XIII.

La rápida expansión del islam debe entenderse gracias a la yihad (guerra santa), la tolerancia hacia otras religiones y la debilidad de los imperios bizantinos y persa.

En un primer momento el dominio musulmán practicaba cierta permisividad hacia cristianos y judíos. Pero pronto exigieron un impuesto especial religio­so que debían pagar aquellos que no se convertían al islam. Además, se fomentaba la apostasía de cristianos hacia el islam y se les prohibía, en cambio, todo proselitismo, así como construir o reparar sus templos: muchos de ellos fueron transformados en mezquitas.

3.    Conocer el islam.

La doctrina islámica es una religión monoteísta, recogida en el Corán, al que consideran su libro sagrado y desde sus comienzos, adoptó algunos elementos de las religiones judía y cristiana.

Los principales preceptos o pilares de los musulmanes son cinco:

  • Profesión de fe que expresan con la frase "no hay dioses, sólo El Dios (Alá) y Mahoma es su profeta .

  • La oración o salat, que realizan cinco veces al día (del alba, del mediodía, de la media tarde, del crepúsculo y de la noche) orientados hacia La Meca. Antes de orar, deben lavarse distintas partes del cuerpo (cara, cabeza, manos y pies) para purificarse. Durante el rezo, deben permanecer descalzos. La oración consiste en repetir en árabe algunos versículos del Corán.


  • Ayunar durante el mes del Ramadán. Es obligatorio para todo musulmán mayor de diez años y deben abstenerse de comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales todos los días, desde la salida del sol hasta su puesta y durante el mes lunar correspondiente al Ramadán. Están exentos del ayuno los enfermos, las embarazadas, las mujeres durante la menstruación y los viajeros. 
 
Musulmanes preparándose para comer  después del ayuno diurno en el mes de Ramadán.

  • Zakat o dar limosna a los más pobres de la comunidad es obligatorio para todo musulmán cada año. Se debe entregar una cuarenta parte de los ahorros, siempre que estos sean mayores de una determinada cantidad. Mediante la entrega de la limosna se impide la acumulación de la riqueza, la disminución de la desigualdad económica y dotar a la comunidad de servicios públicos, como escuelas y hospitales. 

  • Peregrinar a La Meca, considerada como ciudad santa, una vez en la vida y siempre que se cuente con los medios económicos y salud para hacerlo.
Peregrinos musulmanes en La Meca, Arabia Saudí.
En el islam no hay sacerdotes como en otras religiones. El imán es la persona que dirige la oración colectiva y puede ser cualquiera que conozca bien el ritual de la oración. Los estudiosos e intérpretes de los textos sagrados se les llaman ulemas.

El Corán, al igual que la Torá y el Talmud de los judíos, recoge no sólo los preceptos religiosos, sino que también regula la vida económica, social y política de la comunidad musulmana. La sharia o ley islámica es un código de conducta moral que se basa en la tradición, el consenso y las normas religiosas. La sharia regula la vida de todos los musulmanes, desde los ritos al nacer y muerte hasta el testamento, las herencias o la vestimenta de las mujeres. En algunos estados islámicos, los jueces (cadíes) imparten justicia tomando como referencia esta ley.

4.    Economía, sociedad y cultura islámica.

El mundo islámico medieval fue muy homogéneo, pues todas las regiones que lo componían acabaron por compartir la misma lengua, cultura y sistema económico. En lo social, sin embargo, se caracterizó por su complejidad, ya que integraba a grupos étnicos muy diversos.

4.1.    Economía.

La economía del mundo musulmán se asentó fundamentalmente sobre tres actividades que se condicionaron entre sí: la agropecuaria, la artesanía industrial y el comercio. Las producciones agrícolas fueron de un volumen tal que permitieron alimentar a la población no productora (artesanos y comerciantes) y dedicar parte de los excedentes al comercio.

Mientras tanto, el desarrollo del artesanado industrial permitió una mayor actividad comercial y la implantación de una economía de mercado que también incidía sobre la agricultura. Y, por lo que respecta a la ganadería, basta señalar que la cría de camellos fue determinante para el comercio, tanto como medio de transporte, como propio objeto de comercio (mercados de camellos).

Agricultura y ganadería:

Al comienzo de la historia del Islam, la población árabe, extendida por los desiertos de Arabia, practicaba una agricultura de oasis muy limitada y una gran parte de la población subsistía a base de una dieta de leche de camello y dátiles. Productos como el pan o el queso eran entonces auténticos artículos de lujo.

Campesinos árabes.
Pero, una vez que el mundo musulmán comenzó su expansión y fueron ocupadas tierras con más posibilidades agrícolas, las cosas fueron cambiando. De todos modos, el área de ocupación musulmana estaba formada, en su mayor parte, por tierras en las que el agua era escasa y por ello fue preciso recurrir al regadío. La agricultura de regadío no fue un invento de los árabes, pero sí fue una técnica que ellos difundieron notablemente.

De ese modo se puede distinguir entre una agricultura de regadío altamente productiva, que se desarrolló allí donde ya había existido (Egipto y Mesopotamia) o en donde las condiciones naturales lo permitían (Al-Ándalus) y una agricultura de secano, con frecuencia vinculada a la ganadería.

El uso del regadío difundió no sólo técnicas (canales subterráneos, pozos, norias, etc.) sino también cultivos como la caña de azúcar, el arroz, los cítricos, el algodón o la morera (como alimento de los gusanos de seda).
Norias en el río Orontes, Hama. Siria.
Ahora bien, la producción agrícola más importante siguió siendo la cerealística que, junto a los frutales y a las hortalizas, propios de cada país, constituyeron la base alimenticia.

Artesanado industrial:

El desarrollo de las ciudades, con sus mercados permanentes (zocos), y del activo comercio a larga distancia, hizo que apareciera un variado artesanado, de corte industrial en muchos de los casos. Probablemente ninguna civilización anterior a la islámica generó tal variedad de oficios y de productos artesanales.

Con frecuencia se produjo una cierta especialización, lo que hizo que determinadas ciudades o regiones hicieran famosos algunos de sus productos, como las espadas o la orfebrería (damasquinado) de Damasco, las alfombras y tapices de Bagdad, los trabajos de cuero repujado (cordobanes) de Córdoba, el papel de Samarcanda o de Játiva, los jabones de Siria, etc. Esos productos de prestigio estuvieron sujetos a un comercio internacional más intenso, pero cualquier zoco musulmán tenía la presencia de artesanos textiles (tejedores, tintoreros, sastres), del cuero (curtidores, repujadores), de la madera (carpinteros, torneros), del metal (cuchilleros, orfebres), drogueros, alfareros, libreros, cordeleros, etc.

Herrero, artesano árabe. Emiratos Árabes.

Este notable desarrollo del artesanado es probable que se diera, al menos en parte, por la falta de tierras de cultivo. El mundo musulmán ocupó siempre tierras semidesérticas de difícil cultivo, por ello su vocación comercial fue temprana y es fácil entender que el artesanado industrial estaba directamente vinculado al comercio.

Por lo que a las técnicas artesanales se refiere, debe señalarse que los árabes, en su expansión, conocieron técnicas que pronto adaptaron a sus intereses y maneras de hacer; buenos ejemplos de ello fueron el papel y la seda. De todos modos y, haciendo excepción del artesanado textil, no puede considerarse que los musulmanes introdujeran grandes novedades en las técnicas artesanales.
Antiguo manual árabe para fabricar papel.

Comercio:

Siglos antes de que surgiera el Islam, la principal ocupación de los habitantes de Arabia era el comercio, fundamentado entonces en el transporte caravanero realizado a lomos de camellos. El proceso expansivo del mundo musulmán abrió las posibilidades del comercio de manera notable, ya que éste se hizo precisamente siguiendo la dirección de las principales rutas comerciales.


Así, ya en tiempos de los Califas Perfectos, el Islam se había situado en Siria y Armenia teniendo en sus manos el control de las rutas que ponían en contacto Europa y Asia. Los Omeyas extendieron ese control al llegar por el este a las riberas del Indo y por el oeste hasta España. La ocupación de tales territorios, pronto supuso también el dominio de unos mares importantísimos para el trasiego de mercancías: el Mediterráneo, el mar Rojo y el mar Arábigo (golfo Pérsico incluido). De este modo, durante casi cuatro siglos, los musulmanes ejercieron un predominio indiscutible sobre lo que bien podría calificarse como el comercio mundial de la época.


Los árabes tenían buena experiencia en el transporte terrestre y llevaron sus caravanas de camellos por el centro de Asia, hasta China, atravesando los desiertos del Turkestán y del Gobi y por el sur hasta la India.

De estos lugares llevaban hasta Occidente todo tipo de productos exóticos y de lujo (sedas, especias, papel, etc.). Internándose en el continente africano obtenían otros productos, como oro (del Sudán), maderas o marfiles.

Ventas de especias en un zoco de Damasco. Siria.

Con frecuencia utilizaron Constantinopla como puerta de entrada al mercado europeo y, aunque intentaron repetidamente conquistar la ciudad, nunca lo lograron.

Cuando dominaron las técnicas de navegación prolongaron las rutas terrestres por vía marítima, sobre todo en el Mediterráneo, para introducir sus productos directamente sin pasar por Constantinopla.

Hábiles mercaderes, los musulmanes contaron desde la época Omeya con un sistema monetario propio, capaz de imponerse en los mercados internacionales. Sus monedas tuvieron distintos valores, pero destacó sobre todo el dinar de oro.

Dinar de oro bilingüe (anverso en árabe y reveso en latín)
Junto a esa poderosa moneda, desarrollaron otros sistemas comerciales, como la letra de cambio, capaz de actuar como auténticos cheques y cuya principal ventaja residía en el menor riesgo que corría el comerciante al no tener que transportar consigo dinero en efectivo. Éstas y otras técnicas de tipo bancario tuvieron, no obstante, una repercusión limitada, ya que su uso no llegó a generalizarse.

4.2.    Sociedad

Desde el punto de vista social, la civilización musulmana se caracterizó estar muy jerarquizada. Las diferencias se establecían por dos razones fundamentales: las religiosas (musulmanes y no musulmanes) y la situación económica (existían enormes diferencias de riqueza de manera que, junto a fastuosos modos de vida se daban profundas miserias para los menos favorecidos por la suerte.

La civilización islámica fue eminentemente urbana en todos sus territorios salvo en Egipto, donde el Nilo seguía forzando a la población a un asentamiento de continuo arrabal a lo largo de sus orillas.

Los árabes construyeron, pues, docenas de ciudades a lo largo de sus rutas comerciales y en ellas vivía lo que podría considerarse una aristocracia urbana que, dedicada primordialmente al comercio, tenía un enorme peso en la vida política de las ciudades. Por debajo de esta aristocracia comercial y del dinero, existió una clase media constituida por artesanos, pequeños comerciantes o modestos propietarios de tierras, que vivían en la ciudad. No obstante, esta clase media estaba ya muy lejos de los grandes hombres de negocios. Por último, en el marco urbano, estaban los esclavos, que actuaban como servidumbre doméstica de los demás grupos.

Por lo que respecta al mundo rural, puede afirmarse que las condiciones de vida fueron, por lo general, peores que las del mundo urbano, tanto si se trataba de grandes latifundios como de pequeñas propiedades. El trabajador de los latifundios, que con frecuencia pertenecían a los ricos mercaderes de las ciudades, estuvo sometido a una condición semiservil de corte feudal. En el caso de los campesinos propietarios de pequeñas explotaciones, los impuestos fueron causa frecuente que no les permitía salir de una condición miserable.

Por encima de todas estas consideraciones de carácter general, debe tenerse presente que el mundo musulmán, en su rápido proceso expansivo, dominó territorios muy diversos en los que se encontró muy diferentes estructuras sociales o regímenes de propiedad que condicionaban éstas. Por lo general, los musulmanes invasores, cuyo número fue siempre notablemente inferior al de las poblaciones indígenas, respetaron el estado de cosas que encontraron a su paso.

Así, con respecto a la propiedad agrícola, realizaron pocas modificaciones, limitándose a establecer un sistema de impuestos más gravoso para las poblaciones indígenas que no se acogían a la fe islámica. Inicialmente la conquista supuso también un aumento de la mano de obra esclava, pero la posibilidad de alcanzar la libertad tras la aceptación del islamismo, generalmente dio lugar a conversiones masivas. Con el paso del tiempo, la mano de obra esclava fue fundamentalmente importada de países lejanos a los del dominio musulmán. Fueron particularmente famosos los esclavos negros del Sudán.

Mercado de esclavos. Miniatura árabe del siglo XIII

Entre los musulmanes también se distinguía entre árabes y no árabes. Los primeros, procedentes del núcleo originario del Islam, ocupaban todos los cargos importantes de la administración y del ejército; los segundos, estaban apartados del poder y eran meros servidores de los primeros.

4.3.    Cultura.

Los musulmanes, durante el primer siglo de la expansión, no pudieron ocuparse de asuntos relacionados con la cultura, aunque en ese tiempo ya se extendió la lengua árabe como idioma oficial y como elemento unificador que tendría gran importancia para el posterior desarrollo de la propia cultura musulmana.

Tras el proceso expansivo y una vez que se entró en contacto con las poblaciones indígenas, los primeros musulmanes pronto comenzaron a sentirse interesados por los conocimientos de los pueblos recién convertidos al Islam de los que tomarían muchas cosas.

Dado que las conquistas musulmanas ocuparon tierras en las que se encontraban importantes focos culturales herederos del saber antiguo, sobre todo griego, persa e hindú, pronto surgieron en las ciudades centros de estudio y bibliotecas en las que se acumulaban textos de las más variadas lenguas y entre los que destacaban, en siriaco, los de filosofía griega.


Carentes de un pensamiento filosófico propio, los musulmanes se sintieron interesados en buscar fundamentos para su propio mundo cultural. Así se tradujeron al árabe y se copiaron cientos de obras que pronto fueron comentadas y que con el tiempo darían lugar a un pensamiento original.

En todo este proceso fue importantísimo el hecho de que desde China se importara la técnica de la fabricación de papel (ya en el año 751 se instaló una fábrica de papel en Samarcanda), pues eso permitió que el número de libros aumentara (el papiro y el pergamino resultaban mucho más caros que el papel) y que la cultura tuviera una más rápida difusión. Bibliotecas como las de Bagdad, El Cairo, Córdoba o Toledo llegaron a ser famosas.

Por todas estas circunstancias y porque el Imperio musulmán, con el árabe como lengua común, pronto ofreció un enorme marco en el que los hombres de ciencia y del pensamiento pudieron moverse y entrar en contacto unos con otros en un proceso de enriquecimiento cultural, la cultura musulmana alcanzó su máximo esplendor entre los siglos IX y XI.


Desde el punto de vista de la filosofía, los musulmanes, aunque conocieron en profundidad el pensamiento platónico, fueron seguidores de Aristóteles. Ello se explica fácilmente si se tiene en cuenta que el mundo de las ideas de Platón encajaba mal con el carácter racionalista y experimentador del pensamiento musulmán. Por otro lado, el mundo real del aristotelismo era imprescindible para la concepción terrenal del paraíso del Corán.

El más importante filósofo árabe oriental fue Avicena (980-1037) partidario del aristotelismo, que debió conocer a través de Al-Farabi, otro filósofo anterior que pretendió armonizar Aristóteles con Platón. Avicena dedicó sus esfuerzos a eliminar del aristotelismo los elementos neoplatónicos y su obra marcó una profunda influencia posterior. Fue también médico y, como tal, escribió un Canon de la Medicina que se enseñó en las universidades europeas durante varios siglos.

Ibn Sina o Avicena
En el pensamiento musulmán occidental, la figura más destacada y de gran trascendencia para la llegada del aristotelismo al occidente cristiano fue el cordobés Averroes (1126-1198). Su entusiasmo por Aristóteles le hizo comentar la obra del filósofo griego varias veces. Su profundo racionalismo le llevó a no aceptar la inmortalidad del alma y a tener problemas con las autoridades religiosas musulmanas.

Averroes
El legado cultural de la antigüedad griega se había ido desplazando hacia Oriente desde los últimos siglos del Imperio romano. Tras las invasiones germánicas y los conflictos internos del Imperio bizantino, esa riqueza cultural pudo haber quedado definitivamente separada del occidente europeo, de no haber sido rescatada y transmitida por el mundo musulmán.

Una vez traducidas al árabe cientos de obras filosóficas y científicas de autores como Aristóteles, Hipócrates, Galeno, Euclides o Ptolomeo, pronto llegaron a aquellos lugares en los que la civilización musulmana estaba más en contacto con el occidente cristiano, es decir, Al-Ándalus y Sicilia. El proceso de reconquista y la fuerte población mozárabe (cristiana) que vivía en territorios musulmanes, hizo que el contacto entre las dos culturas fuera particularmente intenso en España.

Detalle de un tratado de médicina musulman.
De ese modo, ya en el siglo XI, se produjeron los primeros intercambios culturales entre Córdoba y los reinos cristianos, pero fue, sobre todo, a comienzos del siglo XII cuando surgió en Toledo una importantísima Escuela de Traductores que se encargó de trasvasar del árabe al latín gran parte del saber antiguo. Allí se reunieron hombres de ciencia para estudiar y traducir y aún en el siglo XIII, en época de Alfonso X "El Sabio", la fama de este centro perduraba.

También otras ciudades españolas crearon centros de traducción (Barcelona, Pamplona, etc.) pero sin alcanzar la importancia de Toledo.

Sicilia y el sur de Italia también fueron puente entre el saber transmitido por los musulmanes y los estudiosos europeos.
De toda la labor traductora, tanto española como italiana, debe destacarse la importancia de los escritos aristotélicos, pues habrían de condicionar toda la filosofía occidental de la Edad Media.


5.    Al-Ándalus: evolución política.

Alhambra de Granada.
El dominio islámico de la península Ibérica se prolongará  desde el 711, con la llegada de los musulmanes al mando de Tariq, hasta la capitulación del sultán de Granada ante los Reyes Católicos en 1492. En una existencia que se prolongará ocho siglos, al-Ándalus fue como llamaron al territorio donde se manifestará la soberanía política musulmana de la península Ibérica, pero con variaciones a lo largo del tiempo, ya que irá disminuyendo progresivamente al calor de la Reconquista de los reinos cristianos, quedando reducido en el siglo XIII al reino nazarí de Granada. 
En estos ocho siglos de dominio islámico, la historia de al-Ándalus se divide en las siguientes etapas históricas:

5.1.    Conquista y emirato dependiente (711-756).

A la llegada de los musulmanes, la península estaba dominada políticamente por el reino visigodo de Toledo, en un proceso iniciado en el 418 mediante un pacto con Roma y consolidado a principios del siglo VII con la unificación peninsular bajo soberanía visigoda. Pero se tratará de una unidad débil y corta, ya que una serie de rebeliones y conjuras de los nobles, provocadas por la sucesión del rey y la lucha por el poder, debilitarán la monarquía visigoda, que se desintegrará rápidamente a la llegada de los musulmanes. Mientras, el Islam experimenta en estos momentos una fase de auge y expansionismo militar, con el Califato Omeya (661-750), dinastía que tendrá su centro en Damasco (Siria) y durante la cual las conquistas árabes llegarán a sus límites más extremos. 

Conquista musulmana de la península Ibérica

En esta etapa se dará la rápida conquista y el control del territorio peninsular por parte de las tropas musulmanas, dentro del contexto de la expansión islámica en época omeya y de guerra civil en el reino visigodo. Al parecer, los musulmanes entrarán en la península como apoyo a uno de los bandos nobiliarios enfrentados por la sucesión a la corona del reino visigodo. La crisis de la monarquía visigoda y su debilidad militar convertirán este apoyo en un proceso de conquista. El control militar del territorio fue iniciado por Tariq (gobernador musulmán de Tánger) en el 711, cuando cruza el Estrecho de Gibraltar con tropas bereberes atendiendo a la llamada de uno de los bandos visigodos que aspiraba a la corona visigoda, conquista Algeciras y derrota a Rodrigo en la batalla de Guadalete.

Ilustración de Tariq

La primera campaña de Tariq fue continuada por Muza, gobernador musulmán de Ifriquiya (Túnez), quien completará las conquistas y controlará en dos años ambas mesetas, el valle del Guadalquivir y el sureste hispánico. Ante esta rápida expansión, en la que destacan los pactos con las poblaciones hispanorromanas, descontentas con el gobierno visigodo, se creará en la península un emirato dependiente de Damasco (713), al-Ándalus, como una provincia más del imperio omeya, gobernada por un delegado del califa (emir), y un gobernador (valí) al frente de los asuntos civiles y militares en cada distrito provincial (cora).

En el 714 los musulmanes continuarán la expansión hacia el noreste por el valle del Ebro y Cataluña y hacia el noroeste. La rápida expansión del Islam se justifica parcialmente por la debilidad de los Estados a los que hubo de enfrentarse en su camino, pues el Estado visigodo en la península ibérica se encontraba en 711 en una situación de auténtica quiebra. Sin embargo, la conquista no será total, pues pervivirán territorios cristianos independientes en los Pirineos y, especialmente, en la cornisa cantábrica, en la zona donde habitaban astures, cántabros y vascones de época prerromana, donde se refugiaron un grupo de hispanogodos resistentes a la conquista. En 722, agrupados en torno a don Pelayo, lograron vencer a los musulmanes en Covadonga (Cangas de Onis, Asturias), en una batalla mitificada que marcará el inicio de la resistencia cristiana peninsular y de la denominada reconquista. Pero el auténtico final del avance musulmán tendrá lugar al otro lado de los Pirineos, en la Galia, cuando son detenidos por los francos en la batalla de Poitiers (732) y los musulmanes se ven obligados a replegarse al sur de los Pirineos.

Tumba de Don Pelayo en Covadonga. Cangas de Onis, Asturias.
El control de la población hispánica fue rápido, ya que en 720, tras diez años del inicio de la conquista, ya se controlaba todo el territorio peninsular, excepto los núcleos de resistencia antes apuntados. Este control se realizó mediante conquistas, pactos y capitulaciones, con la oposición de una parte de la aristocracia visigoda y de la Iglesia, que vieron expropiados sus bienes, y el apoyo mayoritario de la población campesina y de ciertos grupos marginados, como los judíos, que vieron la conquista islámica como una liberación de la difícil situación que vivían bajo la monarquía visigoda.

En esta etapa de conquista, los mayores problemas surgieron entre los conquistadores al iniciarse el reparto del territorio, pues los árabes quedaron sensiblemente más beneficiados en relación con los bereberes, recibiendo las zonas agrícolas más productivas. Esto originó el rápido descontento bereber y posteriores levantamientos, que da buena muestra de la debilidad interna y las luchas por el poder que, junto al avance de las conquistas hacia el norte, fueron los dos grandes rasgos de este periodo. También fue característica la rápida islamización de la población peninsular, que fueron convirtiéndose al Islam (muladíes) por las ventajas fiscales que proporcionaba (los musulmanes pagaban el “zakat” o diezmo sobre la producción agrícola mientras los cristianos o mozárabes pagaban la “chizya” o capitación y el “jarach” o contribución territorial por los bienes).

5.2.    El emirato independiente (756-929).

Esta etapa se inicia con la llegada de Abd al-Rahman a la península, único superviviente de la familia Omeya tras la matanza ordenada por Abu-l-Abbas en Damasco, y la ruptura de al-Ándalus con el nuevo imperio abbasí. En ella se formulan las bases de un estado omeya peninsular, ya que  al-Ándalus dejó de ser una provincia más del Imperio Abbasí para convertirse en un Estado plenamente independiente. Abd al-Rahman I asumió los títulos de príncipe (emir) y rey (malik) de al-Ándalus con el apoyo de las élites locales.


Con Abd al-Rahmán II se darán los primeros pasos para la organización administrativa de al-Ándalus, estableciendo una fuerte administración central según el modelo administrativo abbasí. Así, incorporaron altos funcionarios (visires o ministros), en quienes delegaron importantes funciones políticas, fiscales, judiciales y militares, y dividieron el territorio en provincias (coras), al frente de las cuales colocaron un gobernador (valí); si las provincias eran fronterizas (marcas) o en ellas se producían disturbios, se ponía a su frente un gobernador militar (qaid). Dentro de los altos funcionarios destaca el primer ministro (hachib), delegado del emir.

La administración de justicia tenía un fuerte componente religioso, pues se basaba en la ley coránica. Por ello era una función que correspondía al “príncipe de los creyentes”, que había recibido la misión de gobernar a la comunidad religiosa (umma). Pero el príncipe delegaba esta función en los jueces o cadíes, que se encargaban a la vez de la justicia y de los asuntos religiosos.

Mezquita de Córdoba. Su construcción se inició en el año 786 por orden del primer emir omeya Abderramán I.

En cuanto a la administración local no habían organismos semejantes a los municipios, pese al desarrollo de la vida urbana, sino tres funcionarios que ejercen las magistraturas más importantes de la ciudad: el señor del zoco (sahib al-suq), también llamado almotacén, encargado de la vigilancia del mercado, de las transacciones comerciales, de la recaudación de impuestos, etc., el jefe de la policía ciudadana (sahib al-surta), encargado del mantenimiento del orden público, de la imposición de multas o de la ejecución de las penas dictadas por el juez (cadí), y el señor de la ciudad (sahib al-madina), encargado de todos los asuntos de política interior (con funciones similares a los gobernadores provinciales).

A pesar de ser la etapa en la que se sentaron las bases de la organización política de al-Ándalus y en la que se produjo un proceso de islamización que redujo a los cristianos (mozárabes) a una minoría, fue una época de conflictos en la península protagonizados por bereberes y muladíes (cristianos conversos al Islam) en Toledo, Zaragoza o Badajoz, por la continuación de la política pro-árabe de la dinastía omeya. Sin embargo, estas rebeliones fortalecerán al gobierno andalusí, que tras sofocarlas se proclamará independiente con el Califato de Córdoba.

5.3.    El califato (929-1031).

Abd al-Rahman III inició su gobierno en 912, en una etapa de continuas crisis económicas y políticas, caracterizadas por periódicas sequías y revueltas de aristocracias tribales y ciudades frente al poder central. Así, el gobierno de Abd al-Rahman III se inicia con campañas militares contra las zonas insurgentes a las que somete progresivamente, hasta conseguir cierta unificación y un nivel de pacificación interna que propiciará el desarrollo económico. En 929 Abderramán III proclamará el Califato de Córdoba, nombrándose a sí mismo califa y príncipe de los creyentes, con lo que la independencia política y religiosa de al-Ándalus quedará consumada.

Abd al-Rahman III hizo de al-Ándalus una gran potencia mediterránea, y de Córdoba una de las grandes ciudades del mundo islámico. La paz interior propició un próspero desarrollo económico y demográfico. La administración del Estado desarrolló las mismas pautas que en el periodo anterior, multiplicando ahora el número de funcionarios para mejorar la eficacia del Estado. 


Con el gobierno de su sucesor, Al-Hakam II, el gobierno llegó a su máximo esplendor y realizó numerosas campañas militares contra los reinos hispanocristianos bajo la dirección de Ibn Abi Amir, más conocido como Almanzor (“el victorioso”), que se convirtió en regente al morir el califa durante la minoría de edad de su hijo Hixem II. A través de este cargo, Almanzor se hizo con el poder desde 981 hasta 1002 y gobernó de forma personal con un poder fundado en el ejército. Su política se basó en la agresión permanente contra la España cristiana, buscando así la riqueza de los reinos cristianos y el prestigio militar que necesitaba para legitimar su poder. Pero los hijos de Almanzor fueron incapaces de administrar el Estado y al-Ándalus entró en una auténtica guerra civil (fitna) entre andalusíes y bereberes, denominada “Revolución de Córdoba” (1009) que significó el fin de la autoridad califal, como lo demuestra el hecho de que, entre el 1009 y el 1027 se sucediesen quince califas al frente de al-Ándalus. La ficción de la figura del califa, que apenas si controlaba los alrededores de Córdoba, desapareció en 1031 cuando la aristocracia cordobesa depuso al último califa omeya, Hixam III, momento en el que al-Ándalus ya estaba dividida de hecho en reinos de taifas.

5.4.    Los reinos de taifas (1031-1086).

Desde principios del siglo XI hasta mediados del siglo XIII la historia de al-Ándalus se caracteriza por la fragmentación territorial; sólo en dos ocasiones el territorio fue unificado por fuerzas norteafricanas que lo integraron en sus respectivos estados: almorávides a finales del siglo XI y almohades desde mediados del siglo XII.


Cuando en 1031 se acabe con el último califa, el poder califal recaerá en cada provincia o ciudad importante en la figura del gobernador o en una determinada familia, lo que dará lugar a la aparición de numerosos reyezuelos, muchas veces enfrentados entre sí, que llegarán incluso a aliarse con reyes cristianos para conservar el poder frente a las ambiciones territoriales de la taifa vecina. Estos reinos de taifas se organizarán internamente como el califato de Córdoba, pero sus reyes adoptarán el título de “sultán”.

La centralización administrativa y financiera que se produce en cada capital tuvo resultados positivos, ya que orientó hacia un pequeño grupo dirigente la totalidad de las rentas estatales que antes llegaban a Córdoba, pudiendo mantener un verdadero esplendor cultural. Pero la fragmentación del califato acabó con la potencia militar mantenida por al-Ándalus frente a los reinos hispanocristianos, teniendo que defender en adelante cada taifa sus fronteras de forma independiente frente a cristianos y las taifas vecinas. Así, a partir del siglo XI los reinos cristianos experimentarán un gran avance territorial y un importante crecimiento económico, debido al  cobro de parias (tributos) a los reinos de taifas.

5.5.    Las invasiones norteafricanas (1086-1212).

Ante la presión de los reinos cristianos a finales del siglo XI, que llegan a tomar Toledo (1086), los reyes taifas de Badajoz, Granada y Sevilla solicitaron la ayuda de Yusuf ben Tasufin (1061-1106), caudillo de los almorávides, una tribu de origen bereber que había conseguido  formar un verdadero imperio en Marruecos. Los almorávides decidieron unificar bajo su dominio todo el territorio de al-Ándalus, que se convirtió en una provincia más de su imperio norteafricano. Sin embargo, poco duró su dominio en al-Ándalus, llegando a su fin en 1145 con una serie de levantamientos y revueltas, que dieron origen a otro periodo de fragmentación política denominado “segundas taifas”.


La decadencia de los almorávides fue aprovechada por un nuevo grupo bereber dirigido por Muhammad ibn Tumar, los almohades, que lograron reemplazar en el poder a los almorávides a mediados del siglo XII e intentaron recuperar sus antiguos dominios en al-Ándalus, apoderándose de las taifas de Sevilla, Jaén, Córdoba, Badajoz, Málaga, Granada y Baza. Ante el peligro almohade y la posible caída de Toledo, la Santa Sede predicó una cruzada que llevó a la unificación de las fuerzas cristianas peninsulares, triunfante en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), donde el ejército almohade fue totalmente derrotado. Muy pronto aparecieron las “terceras taifas”, y esta nueva fragmentación del poder en la España islámica permitió la rápida conquista del valle del Guadalquivir por la corona de Castilla. Así, a mediados del siglo XIII, sólo Granada pudo mantenerse como reino. 

Giralda de Sevilla. En sus orígenes fue el minarete de la ciudad y uno de los edificios más altos del mundo en su época

5.6.    El reino nazarí de Granada (1212-1492).

La constitución del reino nazarí de Granada será el resultado de la descomposición del estado almohade y de las luchas entre linajes que se producen en el periodo de las últimas taifas. En 1232, Ibn Nasr (de ahí el calificativo de “Nazarí”), un aristócrata andalusí de linaje árabe se proclamaba sultán para defender su independencia frente a los deseos expansionistas de Ibn Hud; en 1237 tomaba Granada y, por el Tratado de Jaén (1246), era reconocido como soberano por la corona de Castilla, iniciando así su andadura histórica y subsistiendo mediante pactos y alianzas, al tiempo que todos los demás reinos islámicos desaparecían en las décadas centrales del siglo XIII. El pacto con Castilla supuso el sometimiento a vasallaje a la corona de Castilla y el pago de parias, además de significativas pérdidas territoriales, pero garantizó la pervivencia del poder nazarí y su desarrollo económico y cultural. 


La frontera con Castilla se mantuvo sin variaciones significativas durante todo el periodo. En la década de 1480, las discordias internas de la aristocracia nazarí y la relativa estabilidad de Castilla bajo el gobierno de los Reyes Católicos, propiciaron el avance castellano y la sucesiva conquista de poblaciones hasta la toma de la capital, que capituló oficialmente a principios de 1492.



La rendición de Granada por Francisco Pradilla y Ortiz: El sultán Boabdil entrega Granada a los reyes Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.

6.    La economía de al-Ándalus.
En esta época, se puede decir que Al-Ándalus era el territorio más rico y próspero de los reinos que había en la península Ibérica, además de gozar también de una importantísima riqueza cultural. 


Los musulmanes llevaron a cabo una intensa actividad comercial  por todo el Mediterráneo y además introdujeron o mejoraron algunas técnicas de regadío en la península Ibérica, lo que hizo que la agricultura fuera más próspera y desarrollada, ya que de ella se pudieron extraer más y mejores beneficios. 


La agricultura continúo  siendo la base de la actividad económica. Los cultivos tradicionales del mundo mediterráneo –cereales, olivo, vid– mantuvieron su importancia, pero ahora, se combinaran las técnicas de regadío con las de agricultura de secano (naranjas, cítricos en general, olivos...).


Se introducirán nuevas especies  frutales y hortalizas, como la caña de azúcar, el cáñamo,  el algodón… y se desarrollará mucho la agricultura de regadío .


En las ciudades ganarán terreno la industria y la artesanía, y, las ciudades crecerán visiblemente con respecto a la época anterior. La manufactura de tejidos se convertirá en una actividad económica muy importante.


Se ampliará el comercio, tanto por mar como por tierra. Existiendo un amplio comercio interior (zocos, mercados en cada ciudad...)  y exterior (sobre todo por mar), recuperándose así la actividad comercial, que durante la época visigoda había entrado en franca decadencia.



7.    La sociedad andalusí.


La sociedad andalusí fue muy compleja. Desde un punto de vista muy simplista y meramente religioso, podemos hablar de musulmanes, judíos y cristianos, sin embargo, su estructura era multicultural y multirracial, además de multiconfesional: la composición de cada uno de estos grupos, especialmente de los primeros, es múltiple:


Los musulmanes estaban integrados por numerosas etnias y procedencias:


  • El grupo más poderoso era el de los árabes que, pese a ser minoritario, detentó el poder sobre todo cuando Al-Ándalus permaneció unida y eran los grandes propietarios de las tierras. 
  • Los bereberes, que conformaban el grueso del ejército, eran muy numerosos y sus descendientes se dedicaron a la artesanía, el comercio o la agricultura. 
  • Los muladíes fueron originariamente cristianos, (bien hispanorromanos, bien hispanovisigodos) que se convirtieron al Islam, conservando así sus propiedades; de esta forma hubo muladíes poderosos y otros pertenecientes a las clases bajas (la mayoría), que mantuvieron sus ocupaciones agrícolas.
  • Todavía habrá que considerar otro grupo, los eslavos, que eran esclavos de raza blanca, procedentes de Europa que habían sido incorporados al ejército y, tras abrazar el Islam, liberados.

Los cristianos que no se convirtieron al Islam constituían otra clase social: los mozárabes, que pudieron conservar su religión y sus propiedades. Así podemos encontrar nobles cristianos tributarios de los andalusíes.


Lo mismo ocurría con los judíos, agrupados en barrios llamados juderías, dedicados al comercio, la artesanía o las finanzas.

Finalmente estaban los esclavos, cuyo comercio se desarrolló en el mundo musulmán.



Organización de la sociedad andalusí.



La sociedad islámica de al-Ándalus, como la cristiana, fue básicamente estamental, de tipo feudal. En la cúspide de la sociedad estaba el califa o el emir, un descendiente del Profeta que estaba por encima de los demás mortales, pero que gobernaba los asuntos terrenales. Era, al mismo tiempo, jefe espiritual y temporal. El califa, es el único con poder para interpretar las leyes establecidas en el Corán. 


El segundo escalón lo constituía la aristocracia funcionarial. En realidad no existía una nobleza como la cristiana, sino que los aristócratas eran la familia real, árabes y los que tenían cargos de importancia concedidos por el califa, el cual los dotaba con rentas y tierras. 


En el tercer escalón estaban los notables, ricos y poderosos, letrados, comerciantes, artesanos, etc. En su mayoría fueron bereberes. 


 Por debajo estaba la masa, o pueblo, que era la categoría inferior de los miembros libres de la sociedad islámica. Encuadrados en el pueblo estaban desde los campesinos más pobres, no mejor considerados que los mozárabes pobres, hasta los artesanos con posibles de las ciudades. 


Por su parte los mozárabes tenían su propia jerarquía social interna, muy parecida a la de los reinos cristianos. Los nobles cristianos estaban socialmente mejor considerados que la masa islámica.  


Los judíos también tenían su jerarquía interna, encabezada por los rabinos. Ambas sociedades estaban sometidas al poder califal, e incluso a algún noble árabe. 


En la base de la pirámide social, los esclavos procedentes en su mayoría de África o Europa oriental, considerados como un bien material más y sin ningún tipo de derechos. Si eran cristianos, podían conseguir su libertad convirtiéndose al Islam.


8.    Vida urbana y cultura.



El modo de vida islámico es predominantemente urbano, dedicada al comercio y la artesanía. Muchas ciudades actuales conservan aún la caótica estructura urbana propia de las ciuda­des islámicas. La cultura árabe fue el patrón de vida, aunque se hablaba por lo general una lengua arábigo-romance, mezcla del árabe y del latín.



Las ciudades más importantes eran Córdoba, con unos 200.000 habitantes en el siglo X, seguida a mayor distancia por Sevilla, Málaga, Almería, Valencia, Zaragoza, Badajoz, Toledo, Murcia o Palma de Mallorca (llamada Madina Mayurqa).



La ciudad se dividía en una medina central, a menudo protegida por una muralla interior, y unos arrabales exteriores sin tanta protección. En la medina se hallaba la mezquita principal (aljama), el alcázar militar y el zoco.



Así pues,  núcleo urbano era la medina, de trazado apretado y denso, que, a su vez, se organizaba en dos zonas: la comercial y la vecinal. El zoco era un lugar de encuentro, sobre todo masculino, en el que, en medio de un frenético deambular, se sucedían las más diversas transacciones, y también las más insospechadas intrigas. Los oficios y los puestos se extendían por áreas especializadas, en las que se podían hallar las más variadas mercancías. Desde especias y perfumes hasta hortalizas y frutas, carne, tejidos, orfebrería y cerámica. Una estricta serie de normas regían la vida comercial, cuya honradez, no siempre garantizada, vigilaba atento el almotacén, inspector del zoco. Al-Andalus estableció una sólida administración y un sistema judicial harto complejo. Las compras se efectuaban con dinero contante y sonante, que se acuñaba en la ceca de Córdoba, primero, y de otras ciudades en época de taifas. Dinares, dirhems y feluses eran moneda de pago corriente.



La mezquita era también un lugar frecuentado, no sólo para efectuar la oración comunitaria, sino para convocar distintas reuniones de tipo social y vecinal, o simplemente para estudiar con un poco de sosiego, o escapar a los calores estivales entre la umbría del bosque de columnas. 



La vida doméstica se desarrollaba fuera del recinto comercial, en los barrios fortificados de la medina que, para mayor seguridad, se cerraba de noche mediante dos puertas y estaba vigilada. Las viviendas, austeras y sobrias en su exterior, podían ser muy lujosas en su interior y, en cualquier caso, eran un refugio de paz y confort, muy por encima de lo habitual por entonces en otros lugares del resto de Europa. Organizadas todas en torno a un patio –si la familia se lo podía permitir, en él se ubicaba una alberca o, cuando menos, un pozo– las alcobas, salones y la cocina se abrían a este espacio y se distribuían también en torno a la galería superior. El mobiliario era sencillo, apenas unos arcones, una mesa baja de taracea, y algunos altillos y hornacinas en los que depositar un libro o algún adorno de marfil. De dar calidez al entorno se encargaban las esteras y alfombras tupidas de lana, unos mullidos almohadones de seda o lana bordada y un buen brasero.



En toda vivienda existía un "aseo" digno, y el alcantarillado, lo mismo que el alumbrado de la ciudad, se distribuía mediante una red perfectamente organizada. Algo extraordinario teniendo en cuenta que hablamos de los siglos IX y X.



Los baños públicos eran muy numerosos. Tanto, que en la Córdoba califal llegaron a existir más de seiscientos. En ellos, los clientes no sólo se lavaban, se relajaban y se dejaban masajear enérgicamente. La tarde estaba destinada al turno de las mujeres, que se acicalaban, charlaban e incluso merendaban.





La educación era un bien muy preciado por los musulmanes, que se preocuparon, desde las instancias oficiales, de garantizar y desarrollar. El estudiante podía acudir a la mezquita o la madraza y recibir la enseñanza que él eligiese, siempre, claro está, que ya dominase los textos sagrados y las ciencias teológicas. Cuando el alumno procedía de familia acomodada, un tutor se encargaba en su propio domicilio de su enseñanza privada.



El literatura, destaca, como en todo el Islam, la poesía, que pronto se arabizó por completo al difundirse la lengua árabe y el Islam entre la población autóctona. Pero se conservó la lengua romance, hablada por gran parte de la población mozárabe y muladí.



Las influencias literarias predominantes eran la cristiana y la oriental (el cantor bagdadí Ziryab introdujo la moda abasí en época de Abd-al-Rahman II). Las bibliotecas de Córdoba eran famosas. En la época califal el amor por los libros y la cultura elitista llegó a su esplendor, con la biblioteca de Al Hakam II y su círculo de intelectuales, casi todos poetas, Al-Gazal, Ibn Darray, Ibn Hayyam, Ibn Suhayd e Ibn Hazm, autor del célebre El Collar de la Paloma, un poema-tratado del amor. Entre los historiadores destacan Ahmad al-Razi, con Crónica del moro Rasís, y Al-Jusaní, con Historia de los jueces de Córdoba.



La ortodoxia de la secta de los malakíes explica que la filosofía apenas se desarrollará en la época omeya. Pero a partir del siglo XI se difundió con fuerza. Destacan Ibn Musarra y, sobre todo, Averroes (Córdoba, 1126-Marraquech, 1198), que fue médico (discípulo de Abentofail), astrónomo, jurista y filósofo; concilió la teología islámica con la filosofía aris­totélica en Comentarios a Aristóteles y otras obras, e influyó mucho en Europa; como médico escribió las Generalidades.



El filósofo judío Maimónides (Córdoba, 1135-El Cairo, 1204), tuvo que abandonar la península por la intransigencia religiosa de los almohades. Escribió la Guía de los perplejos, conciliando la filosofía de Aristóteles, los neoplatónicos griegos y árabes y la religión judía. Se dedicó a la medicina, llegó a ser médico de la corte de Saladino y redactó numerosos trata­dos de ciencia médica, destacando Aforismos y Tratado de dietética e higiene.



Fue extraordinario el desarrollo científico: medicina, álgebra, astronomía (Tablas Toledanas de Azarquiel), agricultura (Libro de agricultura de Ibn Wafid)... Las fuentes fueron las traducciones del griego y la experimentación.



En medicina, destacaron Abentofail, Abulcasim (autor de la Cirugía), Aban Choco, Al-Zarahwi. Médicos y los filósofos Averroes  y Maimónides. La mayoría de los médicos eran judíos.



Las matemáticas sufrieron la oposición religiosa de los juristas ortodoxos de Córdoba. Destacan Ibn Nasar (Libro de las dimensiones desconocidas), Maslama ibn Al-Kasim y Abderramán Ibn Ismail (un compendio del Organon de Aristóteles).

EL ARTE ISLÁMICO SE PUEDE CONSULTAR EN LA UNIDAD 12 O HACIENDO CLIC AQUÍ.